miércoles, 22 de octubre de 2008

ENSAYO:
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EL SER BIOLÓGICO





1.- EL ESTÍMULO BIOLÓGICO


Los seres vivos se comportan paulatinamente tras recibir una información del exterior; por eso, se hacen... complejos, complejos de comportamiento: son más información.
Sobre todo porque ese hecho no es pasivo, insusceptible, sino que cada dosis de información les conforma algo que es asimilado como necesario y “ya propio”; o sea, tal hecho les constituye una "adicción" a lo que han adquirido, una vinculación a un tropismo, una dependencia, una composición mínima siempre de partida: un “a priori” progresivo en sí mismo como finalidad biológica.

Entonces, no se determina un proyecto, una asimilación para llegar a algo, más bien el asumido progreso que le condiciona el medio es el fin: el considerarlo como adaptado, en usufructo y dependiente de él.

Aunque parezca difícil de entender, el medio gestiona al ser vivo, el medio es el estímulo “per se”, el que lo modela, el que lo adapta, el que lo conlleva.
Siquiera o tan pronto le da lo que necesita –lo que es un hábito al cual no reacciona con variabilidad; es decir, al cual no llega a una estimulación propiamente dicha- le presenta otros aspectos nuevos de su realidad y él, ahí, sí se estimula o, más claro, gracias a esa variabilidad se adapta, asume una nueva información o se pone “al corriente” en aras de existir en consonancia con su entorno.
Por ende, el estímulo no es algo “intelectual”, no, es algo intrínsicamente biológico.

En el siglo XIX Ernst Weber se interesó por el mecanismo sensorial pero, al desgaire, por lo que prefiguraba como “estímulos” ante un concreto órgano sensorial.
Como premisa, sostuvo la relación entre diferentes estímulos y la percepción de esas diferencias en tanto que cada uno de ésos necesitaba un “umbral mínimo” de intensidad y, después, ante un “umbral máximo” no reaccionaba el órgano sensorial determinado.

Es cierto que cada órgano es sensible a un hábito o a una dosis habitual –a la cual es "adicto"- de información, ¡ah!, pero esa captación viene a ser más inconsciente que consciente; es decir, un órgano sensorial puede recibir la misma intensidad de luz en una hora dada de invierno con respecto a otra de verano y a su vez concebir una excitación o no -puesto que otros sentidos intervienen, por influencia, en ello-.
Aún teniendo en cuenta ese error, de seguida habría que diferenciar la “excitación” del “estímulo” por razón de que todo estímulo excita, bien, pero no toda excitación es un “estímulo biológico”.
Es eso, lo de “estímulo biológico”, lo que quiero aclarar.
Por ejemplo: más ruido excita al oído –no siempre de la misma forma-, en cambio no lo estimula energizadamente si no lo gestiona como información, si no lo entiende atendiendo “a lo nuevo” porque “lo que espera inconscientemente” no lo atenderá conscientemente.

En otras palabras, algo puede excitar al mismo tiempo que no es proporcionalmente motivo sensorial: Si un oído recibe el mismo ruido durante años –por el que estará condicionado- permanecerá restringido de estímulo; sin embargo, si cada año se le ofreciera un ruido distinto durante un intervalo de una hora, por eso, descubrirá una sensación que “evocará” durante el tiempo que dure el otro ruido.

En suma, lo que quiero señalar es que la creación de un estímulo no dependerá de la extensión ni de la intensidad de cualquier excitación, pero sí de la peculiaridad del estímulo “en su novedad”.

Quizás con un atrevimiento desmedido, Gustav Fechner (1801-1887), fundador de la psicofísica, llegó a franquear lo psicológico expresándolo "por vida" como respuesta proporcional a la excitación.
Para él: “La excitación crece en progresión geométrica, mientras que la sensación crece en progresión aritmética; o sea, la sensación crece como el logaritmo de la excitación”.
En fórmula matemática, S = C log R (de donde S es la sensación, R, la intensidad física y, C, la constante proporcional).

Sin rodeos (*), la excitación no puede más que extenderse, claro, aunque la metodología es psicológica –muy compleja entre lo genético, lo emocional y “lo social”.
Así, en un ser humano siempre hay que considerar que, mientras lo genético se extiende “en su mismidad por duplicación”, lo emocional lo hace por impresión “súbita” –por enfoque, por localización vital- al lado de “lo social” adquirido que lo hace de una forma constante e... “inadvertida”.
En consecuencia, los sentidos que se encuentran excitándose por esos tres factores -que sincrónicamente interaccionan a su vez con variabilidad- no extienden una excitación siempre con igual proporcionalidad, sino atendiendo a una concreta y precisa interacción de ellos, por lo que muy a veces la misma causa de una excitación física no conduce a las mismas respuestas –en intensidad- psicosomáticas o a las mismas sensaciones.

En efecto, no existe una sola causa, sino varias.
Remitiéndonos a un organismo más simple, una planta, aún se cumple eso: Si en un tiempo de sequía recibe más calor “despierta una sensación” diferente a si, en un tiempo de humedad, recibe la mima intensidad de calor; y también muy diferente a si sus raíces "se asfixian" por una humedad excesiva ante ese ya determinado calor. Porque las respuestas dependen de una sensibilidad interna o, bien, de unas condiciones internas propiciadas en el “a priori” por multitud de estímulos biológicos.
Enfatizando que un estímulo biológico es aquello que puede cambiar biológicamente algo –o que ya lo ha hecho-.


Si una planta recibiera la misma luz y la misma cantidad de sus otras necesidades que la sustentan “siempre” sencillamente no habría estímulos biológicos; es decir, nunca se hubiera creado, nunca hubiera evolucionado conforme a que, una planta, se adapta frente a estímulos derivados de una variabilidad.
También, si una persona desde que nace escucha “siempre” una sola palabra, nunca estimulará su lenguaje; su lenguaje, de hecho, se encontrará... restringidamente estimulado.

La estimulación depende mucho de lo que "le improvisa" a un ser vivo la naturaleza.



(*) Wundt y Bergson se opusieron a la concepción matemática de la sensación defendida por Fechner.





2.- LOS SECRETOS DE LA VIDA


Si afirmara que la culpa de la vida la tienen las proteínas me equivocaría en poco porque, para defender esto, aduciría que tales unidades o estructuras actúan programando –regulando para repetirse según un orden- una reacción química a diferencia de las demás reacciones químicas –o inorgánicas- que carecen de estos reguladores.
Pero, claro, “¿no es eso síntesis selectiva que ha propiciado la capacidad o acción química del carbono?” me impondría lo que hasta ahora sí ha demostrado la ciencia.

De hecho, el carbono establece los dos constituyentes de la célula: las proteínas y los ácidos nucleicos –a los que se les ha llamado constituyentes orgánicos y, a partir de ellos, también salen los de la molécula-.

Ahora bien, tanto en la composición celular como en la composición macrocelular el carbono siempre en las proteínas combina con el nitrógeno –en valencia 3 o en valencia fija en 3-; he ahí ya una gran diferencia gracias a la cual se infiere o se deriva que las plantas sean capaces de transformar los compuestos nitrogenados inorgánicos en orgánicos, algo esencial para que puedan subsistir.
En ese ámbito, lo primero que hay que señalar en la química del carbono es que sus enlaces son covalentes –que los átomos comparten sus electrones-, lo que no ocurre en los inorgánicos porque son iónicos o electrovalentes; es decir, él “in extremis” al actuar con su capacidad de enlace es tetravalente y cada uno de esos enlaces es covalente correspondiendo a sus dos orbitales desapareados 2px y 2py pero, además, implica al mayor número de orbitales al hacerlo por un proceso llamado “hibridación”.

En esos términos, molecularmente es isómero en cuanto a que, las moléculas que desencadena no poseen una disposición determinada, sino que ésas pueden responder a una misma fórmula empírica con propiedades diferentes; así comprenden una isometría con respecto a la ordenación propia, posición o función que, en verdad, lleven a cabo.

Según tal determinación, el carácter combinatorio del carbono es ilimitado o, incluso, consigo mismo; deduciéndose que los compuestos orgánicos son más frágiles por esa especial complejidad –o sea, admiten más condiciones-: sensibilidad extrema al calor, insolubilidad en el agua, carencia de conductividad eléctrica y con una disposición a deshacerse a unas bajas temperaturas.

A merced de eso, cuando una constitución molecular orgánica es proteína con unidades de aminoácidos ahí se "dispensa" algo especial: la “implantación” de la funcionalidad del grupo NH2 o, dicho con palabras llanas, interviene el nitrógeno el cual permite que un organismo vivo adquiera basicidad o al menos sea una interacción constante entre unos grupos ácidos (COOH) y unos grupos básicos (NH2).

Porque, de hecho, el nitrógeno ya es un elemento presente en todo el medio o en el entorno orgánico y, de entrada a esta química orgánica, le permite o le "concede" un cierto nivel de consistencia nada despreciable cuando hablamos de vida; en tanto que, químicamente, se despeja como el elemento más inactivo –exceptuándose en los gases nobles-: sólo reacciona a “altas” temperaturas.

El nitrógeno combinado con el oxígeno es “oxidante” formando un grupo funcional positivo, lo que le depara una capacidad como “comburente” para las reacciones químicas; combinado con el hidrógeno forma amoníaco y aminas o sales amoniacales al unirse con ácidos; al final, la combinación conjunta con los dos conduce a los nitritos (NO2H, ácido nítrico, en donde H se sustituye –al actuar- por metales o radicales positivos para construir sus sales), y así ¿qué otro principio o premisa mejor para “encauzar” lo inorgánico hacia lo orgánico que ese de la “nitración” en donde son “repasados” los metales o radicales básicos para que resulten …sales?

He ahí el caldo de cultivo de lo orgánico.
Pues bien, los aminoácidos en las proteínas están asimilados por enlaces peptídicos o de amidas portando el radical NH2 y el grupo carboxilo COOH. Éste último tiende, por su carácter ácido, a perder un protón y, el otro, a ganarlo por lo que los aminoácidos presentan estructura bipolar.
En consecuencia, son sólidos cristalinamente, sus puntos de fusión se elevan más según sus características y la acidez o basicidad se modifican con respecto al medio.

No obstante, el enlace del carbono en las proteínas tendría que ser simétrico, igual pero en la disposición distinta para sus cuatro valencias, como así ordenadas en forma L: HO-O (C-C) H-NH2 o así en forma D: O-OH (C-C) NH2-H; por el contrario, sólo se dispone en las proteínas de la forma L.

En claro, las proteínas estructuran siempre algo muy “autodeterminado” con respecto a la influencia del medio y, asimismo, ese medio influye para “desnaturalizarlas”, para modificarlas o para “adaptarlas”.

Digamos que cada cual, con independencia, es sensible a una temperatura concreta: se degrada irreversiblemente o, bien, se “agrada” en una postura, hacia una “virtud” o posibilidad orgánica.
Son… las fibras sensibles de la vida, pues no existen unas funciones reguladoras de la materia en el Universo conocido como las que ellas presentan.

Si el Sol pudiera regular su energía seguramente, muy seguramente, comportaría un modo de vida.
Es el caso de cualquier máquina –que nosotros hemos creado-, que sólo ha sido posible porque le hemos dosificado y especificado en funciones –no ella misma- esa energía por la cual debe sustentarse.

Si la vida es duplicidad, cada proteína la logrará de una manera: cada anticuerpo que es una proteína modela qué ser prefiere, más capaz, más adaptable, en fin, de lo que el medio le ha enseñado a través de sus antígenos o variaciones térmicas.

Pensemos en eso último: Las primeras estructuras –antes de emanar de otras- debían forzosamente ser autótrofas –me refiero a antes de proceder de otras complejas- y con una condescendencia más simple, procariente –células sin núcleo- sintetizando del medio no en concreto la luz –al carecer de esa amplia capacidad fotosintética- sino el metano (CH4) y el ácido sulfhídrico.
En ese contexto, ya estudios astrofísicos han demostrado que, en la atmósfera primitiva, al flujo luminoso era mucho menor, lo que repercutía para que se determinase una escasa temperatura sobre la corteza terrestre.
Desde y con ese motivo condicional o situación, sólo era posible un “efecto invernadero” o de descongelación provocada por la abundancia de CO2 –no de metano que no lo ocasiona-; pero éste, claro, no favorecería a la química prebiótica –ante sólo CO2, ¿cómo?-.

Entonces, en verdad, cabe únicamente la posibilidad de unas situaciones para el carbono anteriores a la atmosférica y, ésas, sí creando una gran actividad microbiana, ayudarán al aumento de dióxido de carbono atmosférico desde unas extendidas localidades oceánicas, pues debajo de aquellas aguas congeladas, a costa de la energía transmitida por las chimeneas volcánicas descongeladoras, desarrollando fuentes hidrotermales, se engendraba el verdadero o coherente medio para las primeras células -o candidatas para que lo fueran-.
Ahí estaban el dióxido de carbono y el hidrógeno –sulfurado- imprescindibles junto con el reductor del sulfuro de hierro, y junto a la catalizadora pirita.

Esto se sostiene, además, porque el oxígeno molecular ya es un efecto de una preactividad ante la fotosintética.

Wächtershäuser acertado suponía que la pirita cargada positivamente facilitaría la agregación de materiales orgánicos y, en presencia al hidrógeno sulfurado, habría apresurado unas extensas cadenas carbonadas dispuestas a duplicarse; pero, ¡ah!, debe tenerse en cuenta que esas primeras estructuras carbonadas no correspondían aún a seres vivos, sino a los mismos elementos del ambiente prebiótico que, en un largo proceso, los desencadenarían.

Primero, como moléculas orgánicas simples, actuarían en una preatmósfera baja y óptima en partes de metano que promediarían una estructuras más coloidales frente a una “provocada” y progresiva acumulación de oxígeno; es decir, el oxígeno se “presenciaría” de una manera más bien lenta y evolutiva (1) expresando grupos ácidos combinados con el amoníaco o con el amonio (NH4).

En esto, si el material orgánico está constituido por aminoácidos y ácidos nucleicos, en 1945, Kelbe obtuvo ácido acético (CH3-COOH) a partir de cultivo inorgánico, también Millar en la década de los 50 del siglo XX fabricó experimentalmente casi todos los aminoácidos con una mezcla de metano, de nitrógeno y de vapor de agua, pero una atmósfera demasiado oxidada del carbono –en disposición de dióxido de carbono- no dió gratos resultados; seguramente porque el CO2 actúa como regulador de la temperatura de esa atmósfera y, así, infiriendo en los reguladores aminoácidos.

Es cierto, éstos son extrasensibles a una naturaleza desvaporizada en agua o desnaturalizada en hidrógeno.
De ahí –lo que es demostrable- que los productos más favorables a la vida sean los “simples” siempre con provisión de carbono e hidrógeno como el ácido formaldehído (HCHO) en reacción a los que contengan nitrógeno.

Más sencillo, la química del ácido cianhídrico (HCN) en el agua (H2O) pormenoriza los elementos esenciales de las bases nitrogenadas –púricas y pirimídicas- y, por lo tanto, para que tales converjan en proteínas; siempre y cuando se tenga la consideración de que, la síntesis nucleótida –la que hereda la célula como ADN-, es una disposición funcional “evolucionada” –sin quitarle para nada unos millones de años - y no puede ser, por ello, instituida de golpe partiendo de elementos primarios.

Lo que quiero decir es que, una enzima, no es una proteína en el estricto sentido biológico, sino una complejidad funcional para una estructura “muy determinada”.

En efecto, así como el oxígeno actúa como un “comburente” para una combustión general, la enzima lo hace para una función “infinitamente” más específica; es decir, sólo hacia una determinadas o especiales circunstancias se remite a actuar y… lo sabe hacer, al igual que lo sabe hacer cada elemento funcional en su contexto a la hora de interaccionar.

El intento de proponer una analogía de una proteína cualquiera para que actúe según una guía o un estilo diseñado experimentalmente supone tanta ingenuidad como el hecho intencionado de extraer una neurona para comprobar lo que ha de decirle a una “célula” procarionte.

Por último, el lenguaje nucleótido ha sido aprendido –adquirido- por millones de años sólo por el ribosoma o por el sistema proteínico del ARN; y, ese lenguaje, es como el chino pero aumentándole su alfabeto unas miles de veces.
Si lo descubriéramos, entonces, curar el cáncer sería casi un juego de niños.


(1) La atmósfera prebiótica -que evoluciona- ya fue propugnada por el ruso Aleksandr Oparin en 1924 con su obra "El origen de la vida"; sin embargo, dejó algunas lagunas sobre cómo y de qué manera se determinó.






3.- LA INTELIGENCIA Y LA CONCIENCIA HUMANA


La información por sí sola no es nada sin unos elementos que la copien, sin unos elementos que la transfieran a otros que la utilicen como modelo para una construcción y, también, sin unos últimos que la almacenen para ser después copiada en otro proceso de reproducción.

La inteligencia humana se sirve además de sílabas, de sonidos, de “imágenes mentales”, de símbolos para excitar y para mejorar ese proceso.
Así, cuando se fija siempre una misma imagen en la mente frente a un estímulo externo –o interno- como la madre –en cualquier idioma existente- se gestionará para que intervenga modelando a una reproducción física (luego lo psíquico y lo físico son dos caras de una misma moneda).

Al pronunciarse la palabra madre –en cualquier idioma existente-, en efecto, se produce la idónea descarga eléctrica e interacciones –con un margen de “tonalidad” o de variabilidad emocional- que gestionan el comportamiento transmisor y reproductivo de la información; por tanto, ese lenguaje simbólico sustenta las aptitudes psíquicas –porque ante él siempre reaccionan esas aptitudes para ser asimismo actitudes o acciones-.

Sí, todo fluye, pero para que los principios que no, para que las funciones que no fluyen sean aplicadas en muy diferentes estructuras; es decir, para que existan.
He ahí que el “fluir” es una base primordial para que permanezca lo que no fluye.
Desde las primeras células hemos seguido un camino, pero desde ellas; y cada estructura celular o molecular, entremedias, hasta llegar al presente nos lo ha dado todo –lo posible-, nos ha hecho: por sus esfuerzos… somos.
Parece, por ello, muy absurdo pensar que, cuando un ser humano muera, nada vaya a heredar como desacreditándole toda la sabiduría a lo que, durante infinitos millones de años, nos ha permitido existir.

Lo que, en realidad, ocurre es que el camino debe continuar y no, no lo destruirá un pensamiento egocéntrico; pues no es el ser humano el centro de las cosas, sino la “continuidad” de las cosas.

El cerebro humano está constituido por más de cien mil millones de una células –las neuronas- que someten a todas las demás a su información – son “mandonas” podríamos decir, y es cierto-; sin embargo, también son esclavas de sí mismas, de su “comunicabilidad”, de su excitación que les provoca reacciones o información de la cual asociativamente quieren ser todas cómplices –por seguro que así se protegen- porque conectan en una red que funciona de una forma especial para ellas.

Imaginen que es como tal complicidad de un grupo de niños jugando todos a la misma partida de ajedrez donde, al mover uno una ficha, se entera el resto que la ha movido y por qué lo ha hecho; por lo cual cada uno excita la inteligencia del conjunto e, incluso con esa colaboración y con la intervención del medio, evolucionan sus reglas proporcionales a la inteligencia –o capacidad de jugar con esas reglas- general o conseguida por sus participantes.
Así, cuando una nueva neurona aparece –desde un astrocito-, a la menor intención que proyecte ya se encontrará seducida o condicionada a participar de la misma suerte o manera.

Más sencillo, nuestros sentidos les llevan una información para que la consideren porque evolucionen sus reglas; de igual modo las demás células del cuerpo aquejadas o reforzadas por agentes externos: antígenos, variaciones térmicas, fotones intensos de energía o gamma que alteran los puentes de hidrógeno, escisiones de una parte funcional del organismo, carencia de micronutrientes, sustitución génica dirigida (1), transferencias plasmídicas (2), depresión de la conciencia o altibajos en su armonía al integrarse en un medio, etc.

Como había dicho, la información sólo es posible mediante una red; sin embargo, esa red no es un sistema de “tubos continuados” abastecedores al estilo sanguíneo, sino un sistema “eléctrico” para la información.
El cuerpo, de hecho, no es que posea una capacidad de conducción eléctrica en tanto que, sus principales componentes (oxígeno, nitrógeno, hidrógeno y carbono), no son electropositivos, es decir, no pierden fácilmente electrones o son muy poco metálicos para la electricidad o “para facilitar corrientes de electrones”; en cambio, en las neuronas los iones de sodio y de potasio sí juegan un papel fundamental porque, tales células, polarizan sus membranas –semipermeables- eléctricamente con esos iones: los iones positivos de sodio se sitúan en el lado exterior y, los de potasio positivos junto con otras partículas cargadas negativamente, en el interior de las células –prevaleciendo la negatividad-.

He ahí la posibilidad eléctrica neuronal, de que es un hecho.
No obstante, el desarrollo de esa corriente eléctrica es más complejo: cada célula neuronal recibe señales de otra a través de sus dentritas, luego suma o codifica esas señales, luego las impulsa como un fluido de neurotransmisores por un “tubillo” o axón hasta una terminal protuberante llamada “botón” donde se emiten unos mediadores químicos en una hendidura al mismo tiempo que, al otro lado, la superficie dendrítica –de la otra neurona- permite la entrada y salida de iones; lo cual eso modifica la capacidad eléctrica de la dentrita o su impulso eléctrico por llevarlo a su “célula” para que, tal influjo recibido, lo codifique en señales -y el mismo procedimiento a partir de ahí-.

Siempre hay que pensar que la corriente eléctrica –al igual que cualquier otro principio físico- es utilizada, pero el intercambio de flujos nerviosos no es una corriente eléctrica debido a diversas regulaciones que “depuran” y transmiten información como finalidad.
Pensad que la corriente eléctrica no se deduce o no se expresa en luz hasta que unos filamentos fluorescentes la consiguen, pues asimismo en el sistema nervioso existen una serie de reguladores -de otras características- que someten el impulso eléctrico para unos fines totalmente diferentes en su contexto de una química orgánica “evolucionada”, en su contexto –en donde se encuentra cualquier organismo- de albergar información de su entorno.

Respecto a eso, cuanto mayor sea la información obtenida menos será la “extrañeza” para, en adelante, recibir al entorno.
La conciencia no es más que ese resultado –inevitable- de encontrarse un ser cada vez más vinculado con su entorno (conciencia es vinculación y, en una máxima complicidad con esa vinculación, entendimiento); no es un estado "antinatural” como hasta ahora se había pensado, únicamente es un resultado físico dada una acumulación funcional de información orgánica.

Un perro tiene su nivel de conciencia y el ser humano en la Edad de Piedra tenía otro nivel de conciencia distinto al actual.
Luego un ser cuanto más adaptado esté más información ha “almacenado” de su medio.

La conciencia es, así, como el fruto o como el logro más avanzado de un medio, de que sus integrantes no lo han rechazado, sino que lo han conocido, o que han aprendido de él: conciencia es concebir "más conocidamente" algo en lo actual.

Más claro, el ser humano se identifica con el medio porque lo conoce más, porque es capaz de distinguir sus relaciones –las que posee- con él; su control neuronal o de información le ha intensificado una singular sensibilidad, una susceptibilidad frente a las variaciones térmicas, frente a los elementos de toxicidad, frente a los hábitats menos aprovisionados de alimentos y de agua potable, etc.; por lo que es el ser más migratorio o más especulativo sobre lo que conoce… y lo prevé, se anticipa a lo vitalmente inadecuado, esquiva conscientemente –pero no lo reduce al tenerlo en cuenta- la experiencia que no corresponde a la información coherente que le ha otorgado la naturaleza (3).

Si ésta le ha dicho “a su cara” que no se puede comer piedras, él es consciente de ello y, cuando vea una piedra, ya no se la comerá y sí, imitando a las cuevas -por memoria primigenia-, se construirá una casa: ahí aplica la susceptibilidad que informativamente adquirió de que la cueva ya le ofreció un refugio ante la intemperie o ante los depredadores; tal como una “evocación” consciente a lo que adquirió o “qualia” subyacente en su información milenariamente determinada como inherente a su progresiva condición de ser.


Por último, sería muy preciso señalar que la inteligencia no es un algoritmo ante ella misma ni ante la conciencia – a lo que deriva- como Penrose maximizó al compararla con la "inteligencia artificial” puesto que la mayoría de sus “operaciones” son estimativas –de sugestión o prevención- y taxativas en unas especiales circunstancias y puesto que, en esa “operaciones”, intervienen “infinitos” elementos impropios de un ordenador.

Desde luego, lo que debería comprender Penrose es que un ordenador no gestiona con su plena información el modo de resolver un algoritmo; es decir no actúa al mismo tiempo la totalidad de su información –en bloque o en unificación- para resolver algo, sino aísla categorías independientes para hacerlo.
El ordenador no es multidireccional ante algo, el ser humano sí; también, el ordenador no es retroactivo –no se corrige y ni siquiera advierte sus propios errores-, el ser humano sí.

Con la consideración, además, de que el ser humano puede elegir lo que va a aprender: DECIDE.


(1) Mario Capecchi demostró en 1984 esta técnica para manipular el genoma sustituyendo genes específicos en células de ratón cultivadas; basándose en la “recombinación homóloga” que, en todas las moléculas de ADN de una misma secuencia nucleótida, presenta esta secuencia al ser escindida.

(2) ADN extracromosómico recibido por las bacterias parasitarias, por las vacunas o por cualquier microorganismo externo mediante donación o mediante transducción –o infección-.

(3) La naturaleza sólo –o infinitamente sólo- le ha enseñado al ser humano objetividad; pero, cuando la “desatiende” por diferentes causas egocéntricas o manipulaciones sociales elabora él subjetividad para satisfacer… deseos o ideales que esas causas les han inculcado.






José REPISO MOYANO





Este trabajo fue escrito en 2003

y publicado en:






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El Proceso Cognoscitivo Humano



Bergson afirmaba que la conciencia no está directamente gobernada por la experiencia, sino por sus propios datos que intuye.
De hecho,"un nervio sensitivo reacciona en general siempre del mismo modo que le es propio, sea cual sea el estímulo" (Ley de Müller).
También, cuando percibimos una forma, al otro día -en la proximidad- la percibimos igual en lo esencial: no más ancha o más voluminosa.
Esto quiere decir que una estructura previa nos guía a una conciencia, que una estructura tenemos como base; pero que esto no quiere decir que no sea en sí misma evolutiva, adaptativa.

Porque la conciencia humana "queda devorada por el conocimiento" (Hegel) que la hace cambiar, "especializarse" en advertir las diferencias de su entorno que asimismo evoluciona en la inferencia de posibilidades: la conciencia humana no es sino -en este sentido- lo que copia lo que está afuera, aunque como integrante y a su vez a su manera.

La conciencia humana, por ello, es una especialización de lo que ya toda realidad hace, no inventa nada, no da nada de la nada: la realidad se lo permite.
(Somos lo que la realidad nos deja hacer; no obstante, nos deja hacer muchas cosas, y he ahí nuestro sentimiento de libertad con y ante la realidad.)

Pero, ¿cómo procesa esa preestructura "especialmente" en lo humano?
Sin duda con cierta autonomía de selección de datos externos; es decir le es propia una impulsión sobre lo primigenio -intuitivo- que "concreta" a través de un "recreo de posibles" que le da la imaginación.

Primero: el medio le selecciona necesidades (instinto-intuición), memoria primigenia -que la tienen los animales-.
Segundo: la necesidad le selecciona (*) capacidades (aparece la idealidad, la invención, la voluntad, la intención, la atención curiosa hacia todo ilimitadamente", en concreto la imaginación).
Tercero: la atención -de esas capacidades idealmente- le selecciona sensaciones que memoriza (atención ya a lo concreto, ya memoriza según un orden, según una escala de prioridades, aprende a"diferenciar", ya es memoria intelectiva plenamente).
Cuarto: la memoria intelectiva le selecciona información -para un conocimiento de lo general a través de haber conocido ya lo concreto-, aparece el objetivo racional y, si este objetivo es de contenido social, concibe la moral o la responsabilidad (la imaginación trabaja ahora con la memoria intelectiva, la reflexión).

Por ejemplo, si un ser tiene la memoria primigenia (instintiva-intuitiva) de la rosa y de la piedra, entonces imagina "posibles", lo que perdería si la rosa fuese piedra, lo que pasaría o no pasaría.

Algo que sirve a la memoria intelectiva; pero si la memoria intuitiva abarca, además de la rosa y la piedra, el río -un objetivo más general-, la memoria intelectiva sería mayor e igualmente el conocimiento -porque la memoria intelectiva, ya en un estado, selecciona más necesidades y recaba más intuición, porque el proceso vuelve a reiniciarse cada vez más adaptativo o evolutivo-
.


(*) Muy probablemente por la multifuncionalidad que les ofreció los dedos de su mano sincrónica a la visión espacial al caminar erguido y a un medio "especial" que lo priorizara y que también lo permitiera contra y frente a las otras especies.



Nota:
Con "posibles" me refiero a "posibles ilimitados".
La realidad nos deja hacer muchas cosas, pero otras no -porque son inexistentes o que no pueden ser existentes-; en cambio la imaginación las supone todas "como medio de trabajo", por eso el ser humano puede "decir" lo inexistente como: "La inexistencia es un pelo", "El Sol es un ratón que sabe inglés"o"La voz no existe".
Puede decirlo todo, pero siempre busca absolutamente a través -con su materia prima, es decir los elementos que utiliza sí son reales- de la realidad, sin ella la imaginación no es nada, no existiría.





RAZÓN Y VOLUNTAD

Darwin demostró sobremanera que los seres vivos siguen una evolución como fin adaptativo al medio. El hecho, bien, es así, pero la conformación de la cosas no es totalmente mecanizante con respecto al entorno, es decir, el ser ya cuenta con elementos esenciales sea cual fuere el medio, más claro, el ser está además a expensas de unas reglas del todo, de la existencia misma.

Driesch defendió que las especies se encuentran vinculadas a una entelequia, lo cual significa que una especie -o un ser vivo- no sólo está condicionado al medio que lo adaptó, sino que en cualquier medio esa especie sigue a un agente individualizante como modelo (1), o sea, tiende a no descontrolar un orden con diferenciarse totalmente, a verificar reglas más unívocas o que no desprecian unas normas más generales.
La cualidad, por ejemplo, de que el ser tiene que ser agresivo para sobrevivir no la ofrece el medio, sino que el ser es así, por impulso individualizante.

Han existido pensadores como Schopenhauer que sostenían que el ser humano partió de la plena irracionalidad y, desde ahí, sólo la voluntad le hizo adquirir razón o ser susceptible a la razón; luego la voluntad, según eso, determina la razón o en el ser humano sólo la intención gestiona o inventa la razón, lo que la hace supuestamente tendenciosa, subjetiva, interrelacionada de tal modo que una es la otra, que por voluntad, ¡vamos!, se aprende la razón.

Pese a estos síntomas de antropocentrismo, el ser humano no ha inventado como mago nada, sino lo que el medio y otras reglas -las generales o las de lo posible- les han dejado inventar.
Lo primero es que la razón no es lo mismo que la voluntad. El niño, por ejemplo, no aprende la razón por voluntad, porque él no inventa el lenguaje intencionadamente, sino porque lo aprende y porque potencialmente puede aprenderlo, ya que se lo han dado o está dado, lo adquiere, al margen de sus deseos.

Por lo tanto, la razón para un ser vivo únicamente puede ser lo que se le da en la memoria, lo que se ordena como memoria, y no al azar, pues es algo efectivo, que se desencadena de la percepción, del contacto o de la intervención en la realidad.
Un ser vivo antes de intervenir en la realidad (voluntad) sobreviene de la realidad (principio esencial o razón), la cual le transfiere todos los elementos que él recibe y, como dados que están, le capacitan para utilizarlos.

No existe voluntad (capacidad de actuar por uno mismo) sin antes existir una capacitación para ella, una capacitación que atiende inevitablemente a principios, a razones, a que todo está conformado por derivar de un orden sustentado por causas y efectos, por relaciones e interrelaciones, por reacciones y contrarreacciones.
Las estrellas poseen una capacidad de actuar; sin embargo, los seres humanos poseen además una capacidad de actuar bajo decisiones propias, por ellos mismos, porque la adquieren, porque no estaba, porque la voluntad no estaba antes de unos principios, por encima de una capacitación -racional o de principios que son dados o de realidad-.

Antes de tener voluntad una cosa ya cuenta con la capacitación de tener voluntad, una formación desde la realidad. Así mismo, un niño "se forma" para conseguir voluntad; dependiendo de su formación ostentará un tipo u otro de voluntad, más o menos voluntad -cualitativamente-.
Luego la voluntad ya está condicionada por la capacidad de memoria, de "preceptos" acumulados (razones), lo está.

El ser humano elige siempre a partir de condiciones que la razón le señala, quiera o no -no se puede elegir no soñar, no emocionarse o no respirar (2)-; pero la razón también le descubre -a la voluntad que abarca- posibilidades de voluntad, cuanto más racional -en cuanto a conocimientos reales acumulados- más voluntad ejecutará, más decisiones deliberará para él y para los demás. Lo que sí debe estar claro es que alguien puede no decidir algo, pero nunca puede decidir no pensar, no tenerlo memorizado: excluir al mismo hecho racional por voluntad.

Concluyendo, un ser vivo es capacitado como tal a través de una memoria -el hecho racional- y está más capacitado de razón para decidir -la memoria decide, no la nada- cuanto más memoria tenga.
La memoria es una significación de realidad que sirve no sólo a un ser vivo, sino a todo ser existencial, pero el ser vivo la intensifica para: comportar voluntad, emociones y para mejorar su instinto de supervivencia.
Denota eso que no es sólo voluntad lo que se desprende de la memorización, no. Que cualquier ser humano perciba la vida como supervivencia, perciba el mundo como comunidad, perciba la familia como identidad personal, perciba el lenguaje como trascendencia de lo que siente es la consecuencia de significaciones que inevitablemente conlleva un nivel o un grado de memoria antes siempre, por supuesto, de ser modo de voluntad; y todo significado que implica la memoria es dado por y en la realidad, no por y en la nada, es decir, no para hacer nada, sino realidad que, como realidad que es, eso sabe hacer.




(NINGÚN TEXTO ES ACTUAL)